CRISTÓBAL ROMERO TAMAYO

Mi padre nació un día 30 de julio de 1938 y pasó casi toda su niñez en Saladaviciosa, donde vivía con sus padres y hermanos. Desde bien pequeño cuidaba de vacas y hacía todos los menesteres del campo.

Cuando cumplió los quince años se enamoró de Milagros, mi madre. Se hicieron novios e iban a todas las fiestas de chacarrá, aunque siempre acompañados de una persona mayor (Luz Pomares o alguna otra mujer en este caso).

Al cumplir la mayoría de edad a mi padre lo tallaron y se fue a la mili, que hizo en el Registro de Artillería Nº 1, en la Almadraba de San Fernando. Mi madre, que por aquel entonces trabajaba con Antoñita Notario, le mandaba el dinero que buenamente podía para que comiera, la poca cosa que conseguía ahorrar. Según se escriben ellos en varias cartas, con un duro se podía comprar una lata de sardinas y un chusco de pan, que siempre le sabían a gloria.

Al terminar el servicio militar volvió a Facinas y trabajó sacando corchas, rozando montes y haciendo carreteras, pero como el jornal no era muy bueno decidió marcharse a Francia a la recogida de la fresa. Con el dinero que trajo se compró su primera casa, que acabó vendiendo al poco tiempo para comprar la casa donde siempre vivimos, nuestro hogar.

Se casó con mi madre el 30 de abril de 1962, y de su matrimonio nacieron dos hijos: Yo, Pastora, y mi hermano, David.

Siempre fue un buen marido, padre y trabajador nato, nos quería con toda su alma y siempre estaba pendiente de nosotros. Para sacarnos adelante trabajaba en el campo y al acabar cogía la bandeja y se iba otra vez a trabajar de camarero, oficio que ejerció los últimos 30 años.

Por circunstancias de la vida sus hijos emigramos a Cataluña para trabajar, y él no tardó mucho en venirse con nosotros en busca de nuestro calor y el de su nieta. Pero jamás olvidó su Facinas, su tierra, sus gentes; se le iluminaban los ojos cuando hablaba de ello.

En Cataluña también trabajó muy duro haciendo todo lo que le salía. Consiguió un huerto que era su delirio y donde sembraba de todo; las vecinas hacían cola para conseguir comprar sus verduras, frutas y huevos.

Cuando llegaba octubre o noviembre marchaba a Facinas feliz, a veces hasta tres meses, y siempre nos decía que ya no quería volver. Allí tenía muy buenos amigos con los que se juntaba en el garaje de Paco Quintana y se tomaba sus chatos de vino, y su cafelito en el bar de Perea.

Y así fue la vida de mi padre.

Por desgracia, una horrible enfermedad se lo llevó el 20 de enero del 2011. Por eso hago esto en su memoria, porque se que a él le gustaría y se sentiría orgulloso, y más tratándose de su Facinas.

Pastora Romero